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domingo, 29 de junio de 2014

Rita Laura Segato antropóloga feminista



Rita Laura Segato es profesora de Antropología y Bioética en la Cátedra UNESCO de la Universidad de Brasilia y dirige el grupo de investigación Antropología y Derechos Humanos del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Brasil. Obtuvo su doctorado en Antropología de Queen´s University of Belfast, Irlanda del Norte. Argentina afincada en Brasil desde hace cuatro décadas, ha trabajado también en universidades de Estados Unidos, Canadá, Francia y Argentina, entre otros países.

Ha publicado extensamente artículos y libros, entre éstos La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez (2014) La nacion y sus otros: raza, etnicidad y diversidad religiosa en tiempos de politicas de la identidad (2007) y Las estructuras elementales de la violencia (2003). Su labor académica se conjuga con el activismo y la colaboración en organizaciones que trabajan los temas de género y raza. Una parte muy importante de su trabajo se ocupa de los asesinatos de mujeres en lugares como Ciudad Juárez, México, El Salvador o Guatemala, entre otros. Estos crímenes suelen considerarse bajo la categoría de feminicidio. 
El trabajo de la Dra. Segato va dirigido a establecer una nueva tipificación para este tipo de delitos –feminicidio– de modo que puedan ser vistos en los tribunales internacionales de derechos humanos. -





Mujer y cuerpo bajo control 
 KARINA BIDASECA
Feminismo. En esta entrevista, la especialista argentina Rita Segato  (Buenos Aires, 14 de agosto de 1951) traza un mapa preocupante de la violencia de género en todo el suelo latinoamericano.

Rita Segato es una intelectual feminista lúcida. Vive en Brasil, nació en el barrio porteño de Constitución y se define como una mujer del Sur. Comprometida con el feminismo latinoamericano, los movimientos indígenas y el movimiento negro en Brasil, sus libros son un bálsamo al cual recurrir para poder penetrar los grandes dilemas de nuestro tiempo. Acaba de publicar La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez (Tinta limón). Esta entrevista realizada en Buenos Aires es un fragmento de una charla sobre renovados proyectos emancipadores.

–¿Qué cambios ha observado en Ciudad Juárez, y en su propia reflexión, en la década que va de 2003 a 2013?
–En Ciudad Juárez descubro el territorio, la territorialidad. Lo que antes se decía “estar en la base” hoy se dice “estar en el territorio”. Ha pasado a formar parte del vocabulario de las personas y del vocabulario político. En 2003 yo empiezo a ver al cuerpo de las mujeres como una función territorial, como territorio mismo y lo relaciono con la idea de soberanía. Desde los 70 se venía hablando de la posición de la mujer como “naturaleza”, lo que después pasó a ser criticado dentro del feminismo. Eso pasó a ser muy fértil de varias formas: comencé a decir que el cuerpo de las mujeres era el propio campo de batalla donde se plantaban las banderas del control territorial, jurisdiccional, donde las nuevas corporaciones armadas en las modalidades mafiosas de la guerra no convencional, emitían los signos de sus siempre fugaces victorias, de su capacidad de soberanía jurisdiccional e impunidad, y también comencé a pensar en los porqués del cuerpo como ese bastidor en que se cuelgan insignias. También vi, que el cuerpo es nuestro último espacio de soberanía, lo último que controlamos cuando todas nuestras posesiones están perdidas. Las afinidades semánticas entre cuerpo y territorio, dentro del paradigma colonial, son infinitas… Posiblemente el cuerpo indio no tenga, desde una perspectiva pre–colonial o no–colonial, esos mismos significados. Pero la colonialidad se los asigna. Esto, cruzado con las políticas de las identidades, cuya crítica es el tema central de mi libro La nación y sus otros es también, y de otra forma, fértil. El formateo de las identidades, como soporte de la política, tiene que ver también con lo territorial, lo que voy a llamar en dos ensayos de ese libro y en otro texto posterior el carácter territorial de la política hoy. La cultura política de las identidades es también territorial y, si prestamos atención, constataremos que hasta la política partidaria es hoy una cuestión de identidad y, por lo tanto, de territorio. La expansión de las identidades en red, las formas de anexión de miembros a redes identitarias o, en otras palabras, en redes como territorios, es hoy el tema y el proyecto de la política. Así como la religión hoy se prende al control fundamentalista de los cuerpos (y aquí coloco en el mismo plano el velo obligatorio en el islam y la obsesión anti–abortista entre los cristianos) por razones que son de soberanía jurisdiccional y no de orden teológico, moral o doctrinal, de la misma forma, las razones de la política son hoy del orden de la cohesión y de las alianzas y, en ese sentido hasta la política partidaria es hoy “política de identidad” y su proyecto puede ser también comprendido como territorial, entendiendo la red de sus miembros como su territorio. Entonces, el tema de los cuerpos, de su control y de la espectacularización de ese control sobre los cuerpos se ha vuelto central en la política.

–¿Cómo define la política de la identidad?
–Cuando cae el Muro de Berlín y finaliza la Guerra Fría, el paradigma dominante de la crítica política pasa a ser el de la política de las identidades. Identidades que, para ese fin, pasan a ser formateadas y globales. La crítica antisistémica, al sistema capitalista y sus metas de acumulación y concentración pasa a ser sustituida por una política de identidades y se enfoca en lo distributivo. En ese sentido el discurso de los DDHH pasa a tener un papel que poco se ha examinado y cuya meta “inclusiva” no es otra que la de poner límites al pacto estado–capital. En lugar de la crítica anti–sistémica, pasa a considerarse que deben haber algunas garantías de protección para aquellos que no son igualmente “productivos”, “desarrollados”, “modernos” o, mejor, “modernizados”, para que puedan incluirse, no sólo a los derechos sino también en el mercado. Las políticas de inclusión siempre hay que mirarlas bajo un signo de interrogación. Son interesantes como agitación porque cuando uno dice “hay que incluir” está también apuntando a fallas severas del orden social, de la justicia, del bienestar colectivo. Entonces los DDHH entran ahí, cuando hay que poner límite a la intervención del capital en las instituciones, al poder del capital en el orden estatal. El capital nunca se satisface y los DDHH son la normativa que intenta ponerle coto a su injerencia. Las políticas de las identidades no son más anti sistémicas como fue la política del activismo de los 70. Cuando pasa ese período histórico, queda una especie de silencio, un interregno, durante el cual los de nuestra generación quedamos perplejos ante la caída del Muro. Aunque no fuésemos pro rusos, aquello era un mundo alternativo con un proyecto alternativo al capital. Cuando esa ilusión acaba, sobreviene un gran silencio. No tenemos una historia de la mentalidad, no he visto investigaciones de cómo se transforma la conciencia de las personas en el período que va desde los 60 hasta la transformación de los paradigmas de la política, de cómo se transformó el paisaje de nuestra conciencia a través de un cisma ideológico muy profundo.


–¿Ha podido el discurso de los DDHH proteger a las personas de la violencia del proyecto capitalista? Y trasladado esto a las mujeres, ¿ha podido protegerlas de la masacre misógina?
–Creo que no, lo que estamos viendo es que ese techo de contención de los males a que pueden ser expuestas las personas muestra su incapacidad de protegerlas, y es indispensable liberarnos de nuestra fe cívica y comenzar a sospechar de la capacidad del Estado y de las organizaciones supraestatales para proteger a las personas. Más que de una fe cívica, estamos sufriendo hoy de una ceguera cívica. Hemos utilizado demasiado tiempo y puesto demasiadas fichas a la expansión de esos derechos y lo que vemos es un mundo en que nunca hubo mayor concentración de riquezas y las personas están cada vez más vulnerables. Tenemos que preguntarnos qué ha pasado y qué está pasando, cómo hemos perdido derechos básicos en la Argentina frente al camino del capital, es decir, a los valores de la competitividad, la productividad, la acumulación, la concentración cada vez mayor y la exclusión. Entonces el discurso de los DDHH, como promesa efectiva de protección por parte de cortes estatales supraestatales, es, hasta el momento, francamente ficcional, es una falsa conciencia. La justicia moderna es punitiva por naturaleza, no constructiva. Todo el peso es colocado en la negatividad, y prácticamente no hay resultados en los aspectos positivos de la justicia. Lo que es incontestable es el valor de agitación y pedagógico del discurso de los Derechos Humanos, en su capacidad de persuadirnos de que debemos transformar valores, costumbres, y por lo tanto, humanizarnos, azuzando nuestra insatisfacción ética por una mayor felicidad colectiva.
–¿En qué momento de su trayectoria se cruza con el pensamiento de Aníbal Quijano?
–Cuando escucho en él la manera más lúcida y más conmovedora de hablar de la raza y el racismo sin entrar en la trampa de las políticas de las identidades de matriz multicultural burguesa, que es ornamental: las figuritas del indio, del negro, cada uno haciendo su papel, Quijano propone cómo pensar la raza históricamente y no a partir de íconos de diversidad que son superficiales, cosméticos, enlatados, falsamente naturalizados, como en el multiculturalismo. Cuando cae el Muro se abren dos caminos nuevos de la política: uno es del multiculturalismo anodino, como le ha llamado Homi Bhabha, donde la estructura, o sea, el sistema, no está en juego y no cambia, y el otro camino es el de la crítica de la colonialidad como la estructura profunda que guía la reproducción de las desigualdades. La crítica de la colonialidad busca en las lógicas indígenas y en las lógicas comunitarias caminos alternativos al del capital. Quijano nos ofrece un análisis sociológico, filosófico e histórico que permite entender la raza como una invención histórica y por fuera completamente del multiculturalismo. La raza es producto de la racialización de origen colonial. Leí recientemente una propuesta de descolonización maravillosa en un libro publicado por el gobierno de Evo Morales, pero que no cita al autor que es el que genera esta idea de una colonialidad diferente del colonialismo y de un pensamiento descolonial. Y me pareció equivocada la utilización de formulaciones que son claramente de Quijano sin el debido reconocimiento de autoría. El reconocimiento de la gestación de las ideas es sagrado para mí, y no se trata de propiedad y sí de parentalidad. Reconocer autoría es muy importante sobre todo en nuestro mundo latinoamericano, en primer lugar porque un autor es una posición en la escena histórica y tenés que comprender la escena y la historia; si vos lo censurás, le negás este conocimiento a la gente, le negás acceso a la genealogía de ese pensamiento, el quién y el dónde. La genealogía permite situarse en una historia. Me doy cuenta de eso a partir de una lucha en la que participé activamente, como fue la lucha por las cuotas raciales de estudiantes negros en Brasil, cuyo proceso de gestación se ha censurado. Esa lucha –que protagonicé en 1998– contra la discriminación de un estudiante negro en el Doctorado de Antropología en la Universidad de Brasilia originó la primera propuesta de reserva de cupos para estudiantes negros y algunas medidas inclusivas para estudiantes indígenas. Hoy es una realidad consagrada pero condicionada a una censura de la historia que originó ese proceso debido a la cual muchos estudiantes negros piensan que un rector, un ministro o el mismo Lula tuvo un día una idea beneficiosa y, con un golpe de pluma, tuvieron la gentileza de firmar un decreto que les dio acceso a la universidad. Decirles que sujetos concretos, situados en las escenas históricas de nuestro continente pensaron propuestas que tomaron forma es hablarles de su propia potencia transformadora y constituye una verdadera pedagogía política. El reconocimiento de la autoría y del protagonismo son esenciales por esa razón autorizadora, especialmente en un continente en el que las universidades, por su eurocentrismo endémico, enseñan que las ideas y los grandes cambios históricos siempre se originan en otro lugar.

¿Cómo pensar entonces la relación de afectación sumamente cruel y violenta del cuerpo de las mujeres por el paradigma territorial de la política?
–El cuerpo de las mujeres es particularmente afectado por este paradigma territorial que domina hoy el pensamiento contemporáneo. Como sostuve en mi libro Las estructuras elementales de la violencia , la violencia sexual tiene componentes mucho más expresivos que instrumentales, no persigue un fin, no es para obtener un servicio. La violencia sexual es expresiva. La agresión al cuerpo de una mujer , sexual, física, expresa una dominación, una soberanía territorial, sobre un territorio–cuerpo emblemático.
Entrevista con Rita Laura Segato: “violencia de género”

–¿Cómo mueren las mujeres en ese espacio de la guerra que has llamado “segunda realidad”?
–La mujer muere en el espacio doméstico por la gran lucha, la gran tensión entre los géneros, porque el hombre está masacrado, emasculado por el capitalismo contemporáneo. La presión sobre el sujeto masculino es enorme, y éste se restaura como masculino también mediante la violencia. Restaura dentro de casa la masculinidad que pierde fuera de casa. Pero también la mujer muere en otras esferas. Por ejemplo, en las estadísticas de Bolivia entre 1 de enero y el 31 de agosto de 2011, de todos los asesinatos cometidos, 62,5% son de mujeres, y menos del 51% ocurren en el espacio doméstico; el otro 49% ocurren en otro lugar y eso nuestras categorías no lo alcanzan a ver. Muchos de esos óbitos, que, cada vez más ocurren fuera del ambiente doméstico, son de mujeres que mueren en las guerras informales de la segunda realidad, esfera en que las mujeres y, en algunos casos, niñas, como lo fue Candela, son torturadas, violentadas sexualmente, asesinadas como espectáculo de la soberanía de quien tiene el control territorial en esas guerras que nunca empiezan y nunca terminan, que son guerras continuas, sin declaración y sin armisticio, sin victorias ni derrotas más que transitorias. La impunidad y discrecionalidad de lo que se puede hacer con el cuerpo de las mujeres como el lugar donde se implanta la insignia de la soberanía expresa el control territorial en la modalidad mafiosa de las nuevas guerras informales.


POR MAITÉ HERNÁNDEZ LORENZ
Has trabajado el tema de la violencia de género, en específico, los asesinatos de las mujeres en Ciudad Juárez. Después de un fuerte posicionamiento en los titulares de algunos rotativos del mundo, la noticia ha dejado de serlo, o al menos, se ha agazapado entre tanta violencia de todo tipo. ¿Qué ha ocurrido? ¿En qué medida crees que estudios similares han posibilitado otro tipo de análisis sobre el particular? ¿Ha sido eficaz? ¿Qué cambios ha promovido entre la ciudadanía? ¿Cómo se ha establecido la relación con la política y sus gestores?
Ciudad Juárez constituye un paradigma, la primera señal de que un nuevo tipo de violencia letal contra las mujeres se estaba instalando. En 1993, cuando los primeros cuerpos empiezan a aparecer como resultado de las búsquedas de madres y vecinos en los campos baldíos de esa frontera con el país del Norte, comienza también un muy eficaz movimiento por parte de las mujeres de esa localidad que consigue visibilizar lo que allí estaba ocurriendo. Esa noticia, como no podría ser de otra forma, fue acompañada por una gran extrañeza y, naturalmente, la extrañeza fue seguida de incredulidad: ¿qué significaban esos crímenes?, ¿qué llevaría a perpetrarlos?, ¿quién y para qué sería capaz de tamaña crueldad contra jóvenes mujeres indefensas?
A partir de ese momento, diversos investigadores se lanzaron a hacer apuestas sobre el propósito y los operativos de los cuales los cadáveres encontrados serían el resultado. De este esfuerzo surge una variedad de hipótesis que, según algunos, llega a más de cuarenta. Entre ellas: el robo de órganos, la producción de películas pornográficas y el tráfico de ciber-pornografía, así como también la reacción de los hombres locales al hecho de que hay mucho empleo para las mujeres en las maquiladoras de Ciudad Juárez ―una especie de “venganza” de género por su ascensión en el campo laboral.
Dos periodistas de gran coraje, la chicana Diana Washington y el mexicano Sergio González, se lanzaron a la recolección minuciosa de datos y evidencias y publicaron dos importantes libros sobre los casos; el gran escritor chileno Roberto Bolaño les dedicó un capítulo en su importante libro póstumo 2.666; y una documentalista de sensibilidad finísima, Lourdes Portillo, rodó la impresionante película-documento Señorita Extraviada.
Entre las interpretaciones, considero que una contribución importante fue ofrecida por Julia Monárrez, que apunta al carácter sistémico de estos crímenes. Mientras tanto, las fuerzas estatales y los poderes locales ―me refiero a la policía, fiscales y medios de comunicación― inician su campaña por privatizar estos crímenes, es decir: para fundirlos en el gran bulto de los crímenes contra las mujeres perpetrados en todo lugar por maridos o novios celosos y asesinos violadores seriales.
Cuando entro en contacto con la realidad de Ciudad Juárez, me doy cuenta en primer lugar de la ininteligibilidad de los crímenes y de cómo esa imposibilidad de entenderlos causa incredulidad: “¿y por qué lo harían?”, responde la gente a las campañas. También percibo la presión de todos los poderes locales y nacionales en México para reducirlos a crímenes corrientes, comunes, habituales de género. Pasé entonces a pensarlos a partir de lo que tenían en común con los crímenes de violación que había estudiado en mi libro Las Estructuras Elementales de la Violencia, y también a partir de lo que tenían de diferente.
De eso resultó un primer ensayo, “La Escritura en el Cuerpo de las Mujeres en Ciudad Juárez”, que fue traducido después al portugués, al alemán, al italiano y al inglés, con un modelo y un vocabulario interpretativo que obtuvo una repercusión muy considerable, sobre todo porque también fue seguido de algunas entrevistas que se difundieron mucho en internet.
«Una de las expresiones que resulta de mi análisis y que veo en la actualidad frecuentemente revisitadas en los medios es la idea del “cuerpo de mujer como campo de batalla”.
Entre los temas de mis análisis se encuentran el largo período de impunidad de los perpetradores, que se extiende a más de una década. Ello demuestra, más allá de cualquier duda, que se trata de crímenes del poder, no de crímenes de propósito instrumental y sí de crímenes expresivos. Ahora bien, para descifrarlos tenemos que entender qué plantean, cuál es su mensaje y lo que expresan es la capacidad de dominio, de soberanía jurisdiccional de sus perpetradores y la cerrada alianza de lealtad entre los mismos. Esta expresividad se instaló como un lenguaje, y se automatizó como tal: es en el cuerpo de las mujeres que se envía este mensaje de dominio a la comunidad y a la nación.
Estos asesinatos constituyen un nuevo tipo de crimen contra las mujeres, que no pueden ser referidos a motivaciones de tipo personal o personalizable; es decir, no son crímenes de naturaleza privada ni asociables a relaciones interpersonales entre víctimas y victimarios ni a trazos de personalidad de los perpetradores. Se encuentran asociados a las nuevas formas de la guerra y, por lo tanto, para entenderlos, es necesario analizar el fenómeno de las guerras difusas, no formalizadas, de varios tipos: entre mafias, gangs y maras, así como de fuerzas para-estatales contra la población y entre sí.
Su novedad con relación a los formatos de la guerra consiste en que las mujeres no son meramente violadas por la tropa sino que son torturadas hasta la muerte, es la destrucción de su cuerpo lo que se pretende, y con ella la destrucción completa de la moral de la facción enemiga y de su capacidad de tutela y protección con relación a los cuerpos y al bienestar de sus mujeres.
El clima de impunidad resulta de la gran desigualdad y no es solamente el factor causal de los crímenes de Ciudad Juárez sino, sobre todo, su efecto, pues estos crímenes sellan un pacto de lealtad entre los hombres que conjuntamente los perpetran ―así como también de las mujeres que, por ser familiares de estos hombres, tienen información privilegiada sobre los mismos―. Esta es la enumeración muy compactada de los puntos por los que pasa mi análisis de este fenómeno.
Por estas mismas características, que son hoy, creo yo, bastante más visibles que al comienzo, este tipo de crímenes no ha decrecido sino aumentado en número, se ha extendido a todo México que, según la opinión pública, se ha “juarizado”, y a toda América Central, donde los números de victimización de las mujeres en países como El Salvador, Guatemala y Honduras son espantosos. También han sido reportados en el Congo, donde las grandes corporaciones interesadas en el mineral utilizado en celulares se encuentran por detrás de guerras dichas tribales, que operan sobre el cuerpo de las mujeres del grupo armado enemigo dañándolas de una forma que relatores internacionales han descrito como “vaginal destruction“.
«En Ciudad Juárez, las propias activistas y sus parientes han pasado a ser las víctimas, y la mayoría ha dejado ya la ciudad. Un crimen reciente perpetrado contra dos periodistas de un medio de la Baja California ilustra amargamente lo que estoy queriendo decir. Transcribo del texto “¿Para qué las torturaron?”, publicado en la página virtual http://apiavirtual.net/2011/09/19/%C2%BFpara-que-las-torturaron/ , y los detalles de la conflictividad que llevó al crimen pueden ser seguidos a partir de esa página:
La editora de la revista Contralínea en Baja California, Lorena Rojas, describe la tortura de Marcela Yarce y Rocío González, asesinadas el primero de septiembre (de 2011), en un correo entre colegas. Reproduzco su texto literalmente: “Lo más triste es la indolencia y complicidad de las autoridades del DF [...] Descartan la tortura y a mi compañera Marcela, la mantuvieron colgada como si la fueran a ahorcar y le dieron un balazo en el clítoris, como parte de la tortura, a Rocío le arrancaron los pezones a balazos y luego le dieron un balazo en el tórax. Marcela se desangró por la vagina, finalmente murieron asfixiadas por la soga”.
«Esto sucedió este año, en 2011, y es un crimen más entre muchos de este tipo cometidos contra la corporación enemiga, en este caso un diario y sus denuncias, en el cuerpo de sus mujeres.
«Hago notar que, aunque los hombres mueren mucho más en conflictos armados formales e informales, así como son muchos más numerosos los homicidios y la tortura de hombres, sin embargo la proporción de las mujeres que mueren de esta forma y sufren este tipo de violencia está aumentando velozmente; pero lo fundamental aquí es entender que los hombres son victimizados en la misma medida en que victimizan, siendo ellos los propios victimarios, mientras las mujeres son victimizadas por hombres y su posición es la de víctimas, excepto en rarísimos casos, es decir, ellas mueren asesinadas y torturadas en número muchísimo mayor de lo que matan torturando.
Mi análisis ha contribuido para la percepción de este factor bélico, que en mucho trasciende la relación anteriormente resaltada por los analistas entre el victimario y su víctima. También promueve la comprensión del género como célula elemental de toda relación de poder, y retira del mismo su carácter de tema de interés parcial, particular, de interés restringido a las mujeres y a la esfera privatizada de lo doméstico. En las nuevas formas de la crueldad de género se manifiestan hoy las relaciones de poder y su forma de operar en escenarios de conflicto localizados y, en especial, del accionar de las corporaciones en las guerras informales características de esta etapa avanzada y ya en fase de descomposición del capitalismo.
Creo que he contribuido a complejizar la comprensión del fenómeno del feminicidio y a retirarla de la privatización a que la empujan el discurso del poder y también algunas líneas dentro del feminismo».
* Tomada de la Revista de Casa Las Américas, Ventana .

http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-175139-2011-08-23.html
http://www.80grados.net/entrevista-con-rita-laura-segato-violencia-de-genero/
http://www.americalatinagenera.org/es/index.php?option=com_content&task=view&id=905&pub_id=1785&ml=1&mlt=s&tmpl=component
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Rita-Segato-Mujer-cuerpo-control_0_1081091894.html
http://www.libreriapaidos.com/9789875580183/ESTRUCTURAS+ELEMENTALES+DE+LA+VIOLENCIA%2c+LAS/
http://tintalimon.com.ar/libro/LA-ESCRITURA-EN-EL-CUERPO-DE-LAS-MUJERES-ASESINADAS-EN-CIUDAD-JUREZ

5 comentarios:

  1. Extraordinaria entrevista a Rita Laura, una de las primeras personas que ha intentado un estudio cultural a fondo del asesinato de mujeres. No es el atraso lo que lleva a la violencia, sino la trata, la comercialización del cuerpo de la mujer. Desgraciadamente, la idea de atraso se liga fuertemente a la idea de progreso -en el siglo XIX- y de desarrollo -en el XX. Y esta idea de desarrollo implica no sólo la violencia contra la tierra, contra el cuerpo de las mujeres, sino también una veneración de los estudios de los países urbanizados y desarrollados. Gracias Rita por decir que esto es una caricatura

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    1. Es necesario escuchar las aportaciones de las mujeres . Rita Laura es un referente del que aprender . Francesca nos encanta que te pases por aqui porque igualmente valoramos muchisimo tu trabajo . Nos llego un libro sobre bordados precioso , que nos gustaría difundir . Abrazos

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    2. Listar esse lixo como heroína, é um desrespeito às verdadeiras heroínas.
      Essa mulher desrespeita valores básicos do Cristianismo!
      Me envergonha que seja brasileira!

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    3. Desde aqui cuestionamos el concepto de heroína de siempre y entendemos que los aportes de Rita a nuestro conocimiento la hacen una heroína total. Los valores de la religión catolica, mejor dicho su practica no son referente para nosotras sino todo lo contrario.

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  2. Fica tranquilo Marcos, é argentina. Me parece brillante su analisis, solo discordo con que en la "epoca rural" o sociedades musulmanes había menos crimenes, tal vez sí, pero porque la mujer era tan sumisa que "no daba motivo" para que la mataran...hoy en la modernidad está "sacando los pies del plato" y sus dominadores no lo soportan...

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HH

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